Hola amigos, hoy os dejo otro párrafo de mi libro sobre la historia del reino de Viguera.
–Oh, comendador de los creyentes –exclamó con sumisión–, un emisario ha llegado a las puertas de palacio con un mensaje –añadió.
El destinatario de sus palabras era un hombre joven, alto, con la barba y el cabello rubios y la tez blanca. Sus rasgos distaban mucho de los característicos árabes, parecía más un rey cristiano que el califa de Córdoba.
– ¿Un mensaje de quién? –interrumpió en tono de reproche–. Déjalo, ya me lo darás más tarde –rezongó dándose media vuelta.
–¡Alteza! –insistió Fadir–, es de la reina Toda de Nájera-Pamplona, vuestra tía.
–¿De mi tía? –refunfuñó–, ¿qué querrá ahora esa mujer? –pensó medio dormido. Durante unos instantes permaneció con los ojos cerrados hasta que de repente apuntó–: Haz pasar al mensajero y tráeme el pergamino –ordenó.
–Al instante, alteza.
Abderramán III vio cómo su valido y mayordomo se alejaba con pasos largos y rápidos a cumplir su orden.
«¿Qué motivo le habrá movido para enviarme un mensajero?», pensó. «Bueno, enseguida lo sabré». No tuvo tiempo de nada más, el sonido de los pasos de Fadir le indicaban que ya traía el mensaje.
–Aquí está –pronunció a la vez que con una reverencia le acercaba el pergamino.
El sol comenzaba a entrar a raudales por la ventana iluminando por completo la estancia cuando Abderramán III se disponía a desenrollar el pergamino. Durante unos instantes estuvo leyendo a la vez que su rostro cambiaba de gesto, tanto de sorpresa, como de aprobación.
«Estimado sobrino: es preciso que nos veamos lo antes posible, para tratar un asunto de alta importancia, que será beneficioso para los dos pueblos. Comunícame lo antes posible tu decisión y el lugar de la cita. Tu tía, la reina Toda».
–Mujeres –se limitó a decir el califa–, por cualquier cosa se alteran –añadió con desdén.
Acto seguido, se colocó sobre su alfombra de oraciones y comenzó a orar. Tras la oración de la mañana volvió a llamar a su mayordomo.
Espero que os guste.
Deja una respuesta