Hola amigos, como os prometí, hoy dejaré otro párrafo de mi libro «Auge y caída de Vekaria, un reino olvidado»
Os dejo la fotografía del dibujo que hay sobre Ramiro Garcés I, rey de Viguera, en el Códice Albeldense.
Espero que os guste.
Párrafo II: Era normal que los jinetes, tras entrar por alguna de las puertas de la ciudad, recorrieran las calles para concluir en el palacio del califato, pero lo que ya no era tan normal era el estandarte que el jinete portaba, una cruz roja sobre un paño blanco, en vez de la media luna roja, y bajo la cual ondeaban con orgullo los colores del reino de Nájera-Pamplona. La visión de aquella cruz sorprendió a los escasos viandantes somnolientos que se habían atrevido a salir a la calle a tan tempranas horas. No estaban acostumbrados a ver la cruz cristiana por aquellas callejuelas, por lo que se apartaban como si del propio diablo en persona se tratara.
Mientras galopaba, el aire frígido de aquella hora tan temprana y la humedad ambiental hacían surgir de los hollares del caballo, como géiseres, dos chorros de vapor de agua a cada respiración. Aquella visión les acrecentaba aún más la creencia de que aquel que lo montaba era el mismo Satán.
El jinete parecía perseguido por algún demonio y en su veloz carrera esquivaba con soltura a la gente entre aquellas estrechas ca- lles. Incluso algún pequeño obstáculo, como alguna carreta cruzada en la callejuela, era salvado con un ágil salto del caballo manejado por su jinete, por lo que no le impedía seguir hacia adelante, hacia el palacio de Abderramán III. A las puertas del alcázar se detuvo con rapidez y como un enviado del infierno esperó inmóvil sobre el caballo. La guardia, alarmada por su presencia, le rodeó al instante.
–¡Alto! ¿Quién eres? –preguntó uno, amenazándole con su azagaya, dirigiéndosela a su pecho.
–¿Qué quieres? –inquirió otro con su espada larga, amenaza- dora, en la mano.
–Soy Munio –exclamó con fuerza–, mensajero de mi señora Toda, reina del muy noble y cristiano reino de Nájera-Pamplona, por la gracia de Dios –concluyó con orgullo.
En ese momento el rey García Ramírez se detuvo en su relato y mirando al obispo don Sancho dijo:
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